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Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero
El nuevo documental de Netflix demuestra que el Divo de Juárez nunca se fue


Antes de que Toño Rosario y Omega nos dieran looks extravagantes y shows en el escenario, Juan Gabriel ya nos había dado todo. El cantante mexicano tuvo la dicha de ser tan exagerado como talentoso, tan teatral como auténtico. Sí, nos dio lentejuelas, luces y gestos dramáticos, pero no porque necesitara distraernos de su arte, simplemente porque era parte de él.
Su lugar en la industria lo dejó tan arraigado que el mundo se niega a creer que se nos fue. A cada rato, alguien jura que lo vio caminando por ahí. Esta semana, el mito revive con el estreno de la serie documental de Netflix Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero, que nos deja ver más allá del artista. Obvio que no nos pudimos resistir y hoy, nos sentamos a hablar sobre el hombre dueño de canciones que lleva años uniendo generaciones. Empecemos.
No tengo dinero
Juan Gabriel ni era Juan ni Gabriel. Su nombre de pila era Alberto Aguilera Valadez. Tampoco era de Juárez porque nació en Parácuaro, Michoacán, el 7 de enero de 1950. Hijo de una familia campesina con diez hijos, su padre, Gabriel Aguilera Rodríguez, fue internado en un hospital psiquiátrico después de un accidente cuando Alberto tenía solo tres meses. Nunca volvió.
Su madre, Victoria Valadez Rojas, no podía echarse todos esos muchachos arriba sola. Alberto rendía demasiado, así que un día lo truqueó y se lo llevó para un internado, donde estuvo desde los cinco hasta los trece años cuando se escapó. En el internado conoció a Juan Contreras, un maestro que le enseñó a tocar la guitarra y se volvió su figura paterna.
Antes de cumplir catorce años, ya había escrito su primera canción. Lamentablemente, no todo fue música, porque sus años de adolescencia no fueron un cachú. Luego de escaparse del internado, trabajó como mozo para un sacerdote, quien abusó sexualmente de él. A los 16 años, fue acusado de robar perfumes en Ciudad Juárez y luego detenido por su amaneramiento, bajo el cuento de entorpecer el proceso de inspección.
A pesar de todo, fue en Juárez donde su historia cambió. En los sesenta, hizo su fama presentándose en bares bajo el seudónimo Adán Luna y el boca a boca hizo su trabajo. En 1971 firmó con RCA Records, el sello más poderoso del momento. Firmado como artista exclusivo de la disquera, lanzó su primer disco: El alma joven…. bajo su nuevo nombre artístico: Juan Gabriel, un homenaje a la figura paterna Juan y su padre biológico, Gabriel.
Con su canción No tengo dinero, el muchacho pobre se presentó al mundo demostrando que tenía algo más valioso que lo material: amor y talento.
El Noa Noa
Los setenta, ochenta y noventa vinieron duros y curveros, y Juan Gabriel los bailó todos. El Noa Noa (1980) no fue solo una canción: fue su carta de libertad. Inspirada en el bar de Ciudad Juárez donde empezó cantando por propinas, se volvió su grito de independencia. Desde ahí, convirtió cada escenario en su casa: cantaba, lloraba, bailaba y hacía reír, todo con el corazón en la mano.
Su teatralidad rompió los moldes del macho masculino mexicano de sombrero. Él lo sabía, y se lo gozaba porque a la gente le encantaba. Obvio que ese comportamiento le ganó una persecución pública sobre su orientación sexual. Ni lo negó ni lo confirmó. Nos respondió con una frase que se volvería parte de la historia: “Dicen que lo que se ve no se pregunta, mijo”.
En una época donde salir del closet no era el pan de cada día, Juanga decidió que no tenía que explicarse. Su libertad era su mensaje y punto.
Mientras tanto, hacía historia: vendió más de 150 millones de discos, ganó más de 100 premios y se convirtió en el artista latino más versionado del siglo. Su mayor conquista llegó en 1990, cuando se presentó en el Palacio de Bellas Artes, el recinto más importante de la música clásica en México. Nadie había llevado la música popular a ese escenario, y Juanga lo hizo con mariachis, orquesta, ballet y un público que coreaba de pie.
Esa noche rompió las fronteras entre lo culto y lo popular, demostrando que lo extravagante también merece un lugar en el arte. El concierto se grabó, se transmitió en televisión y luego se reeditó en múltiples ocasiones —en 1997 por sus 25 años de carrera y en 2013 con Mis 40 en Bellas Artes—, convirtiéndose en una de las presentaciones más vistas y reverenciadas de la historia de la música mexicana.
Querida
En 1984 lanzó Recuerdos, Vol. II y con él, Querida, una súplica de amor que se mantuvo más de un año en el número uno en México y lo consagró a nivel mundial. Para entonces ya no era solo un artista: era una institución. Compuso más de 1,800 canciones, interpretadas por más de 1,500 artistas, entre ellos Luis Miguel, Isabel Pantoja, Vicente Fernández y Ana Gabriel.
Pero si se trata de colegas, hay que hablar de Rocío Dúrcal. Juntos redefinieron la música romántica con temas como Amor eterno, Costumbres, Tarde, Juntos y muchas más. La española se convirtió en la “Reina de las Rancheras” y Juanga, en su compositor eterno. Aunque la relación se fue deteriorando con el tiempo, sus duetos recorrieron América y España, llenando estadios y listas de éxitos.
Su música siguió rodando de generación en generación. Su canción Amor eterno, escrita tras la muerte de su madre en 1974, lleva décadas sonando en los radios dominicanos cada Día de las Madres. En el 2010, Marc Anthony cantó Abrazame muy fuerte, Te lo pido por favor y Ya lo sé que tú te vas en su álbum Iconos. Querida se bailó en la versión merengue de Alex Bueno y hasta en ritmo urbano cuando se viralizó un remix en TikTok, 40 años después.
Abrázame muy fuerte
Detrás de la fama había un hombre que sabía del dolor. Luchó contra los rumores de su vida sentimental y los titulares amarillistas todo el tiempo. En los noventa, enfrentó años de batalla con su disquera RCA, que se negaba a pagarle regalías completas por sus composiciones. Ese pleito lo mantuvo lejos del ojo público por casi siete años, hasta que volvió en 1996 con el álbum Gracias por esperar, un título tan literal como simbólico.
Su carrera también lo llevó a vivir noches de película. Así fue el caso de aquella fiesta privada en los años 80 en la que cantó para el Cártel de Cali sin saberlo. Según contó Fernando Rodríguez Mondragón, hijo del capo Gilberto Rodríguez Orejuela, el Divo de Juárez fue contratado por medio millón de dólares para cantar en un evento familiar. En una chercha de mal gusto, lo retaron a darle un beso en la mejilla al capo y el reperpero fue tal que tuvieron que sacarlo del país esa misma noche.
En lo personal, construyó su propia versión de familia: adoptó a Alberto Jr., Joan, Hans y Jean, y junto a su amiga Laura Salas tuvo a su único hijo biológico, Iván Gabriel, por inseminación artificial.
Siempre en mi mente
El 28 de agosto de 2016, el mundo amaneció con la noticia de su muerte. Juan Gabriel había fallecido de un infarto en Santa Mónica, California, a los 66 años, en plena gira México es todo. Dos días antes había llenado The Forum de Los Ángeles.
Su despedida nacional fue multitudinaria: Bellas Artes abrió noche y día y el adiós se prolongó por unas 29 horas, con más de 500,000 fans cantando con el mismo sentimiento que nos cantaba él. “Merece una despedida como la que le hacemos a los nuestros”, dijo una fan en llanto.
Debo, puedo y quiero
Ahora, Netflix nos deja echar un ojo al hombre detrás del Divo. La docuserie Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero, dirigida por María José Cuevas, reúne 2,268 cintas, 2,500 fotos, 390 terabytes de material y 948 horas de video digitalizado, muchos grabados por él.
La producción de cuatro capítulos duró 21 meses en armarse y evita el amarillismo a toda costa. “Nos quisimos alejar completamente del chisme”, dijo Cuevas. Todo lo que se muestra proviene de sus hijos, asistentes y managers, con un enfoque respetuoso y humano.
Su hijo Iván aseguró: “Desde hace bastante tiempo hemos querido llevar a la pantalla una adaptación de su historia real”. El título, Debo, puedo y quiero, resume su filosofía. Hacer lo que debía, porque podía, y porque quería.
Así fue
Contar la vida de Juan Gabriel es narrar la historia de un hombre que convirtió sus heridas en arte. En una cultura que suele ridiculizar lo sentimental, él nos enseñó a sentirlo todo a flor de piel.
Su música aún nos envuelve, sonando en fiestas, bodas, bares, karaokes y en los playlists de nuestro equipo. Donde sea que haya emoción, seguro puedes encontrar un poco de Juanga. Y aunque aseguró que sólo tenía “amor para dar”, al final terminó dándonos más de lo que podríamos esperar: un divo talentoso que vivirá por siempre.